Si hay algo que me desagrada más que una mala noche, es una mala noche y con hambre. Digo, no es que en casa no haya nada de comer. Simplemente a veces mi metabolismo se desfasa y resulta que cuando necesito orinar, tengo sed y cuando necesito defecar, me da hambre. Debo tener un bucle en las tripas o algo así.
Por eso no me sorprendió el que anoche hubiera despertado con un ligero malestar en el abdomen. Sin embargo no corrí al baño sino que simplemente me calcé los zapatos y me dirigí escaleras abajo.
Lo primero en llamar mi atención no fue la hora (4:15am) sino el hecho de que no estaba solo en casa. No habría resultado gran novedad de no ser porque vivo solo desde hace un año. Y para ser honesto, los amigos y la familia pueden ser inoportunos a veces, pero no como para meterse a tu casa en las horas de la madrugada.
Una sombra merodeaba alrededor de la mesa y yo no atinaba a hablar ni hacer el menor ruido. La sombra se deslizaba entre penumbras y traté de encender la luz, mas esta ni se dignó a destellar siquiera. Avancé por fin unos pasos y un crujido me indicó que caminaba sobre el cadáver de la bombilla. Al escuchar mis pasos la sombra respingó, volteó a verme y siguió con su labor como si estuviera en su casa y yo fuera su invitado. Su mirada vacía e incierta me paralizó como si de pronto los vidrios atravesaran las suelas y penetraran en mis pies enraizándose al suelo para impedirme escapar. Algo en el aire me decía que esa entidad sabía que yo bajaría. Me lo dijo ese olor, penetrante, salado, denso, casi viscoso. Rojo sin duda. Encendió un fósforo y sólo entonces pude ver su aspecto.
Encorvada, apenas rebasaba el metro y medio, de rostro arrugado y sereno. Encendió una solitaria vela empotrada en un envase de Coca-Cola que yo había dejado ahí desde hacía varias noches. Me volteó a ver con una desdentada sonrisa y me hizo una reverencia indicándome que la mesa estaba servida.
A pesar de la rara escena yo me moría de hambre, así que me senté y probé el asado que había sobre el plato. Término medio pero bien sazonado.
Sobra decir que devoré las viandas como si fuera el fin del mundo. Y quizás lo era porque ese fue con mucho, el asado más sabroso que probé en mi vida.
Terminé de comer y me volví para darle las gracias a la improvisada cocinera, pero esta se había marchado. Quizás para atender el apetito de algún otro insomne.
Desperté a medio día y al bajar a la cocina descubrí que aún quedaba suficiente carne para varias noches más. Estaba almorzando cuando tocaron a mi puerta. Era la vecina que, con lágrimas en los ojos me dijo “¿Has visto a mi hijita? Anoche se fue a dormir y hoy temprano fui a despertarla pero ya no estaba. No la encuentro por ningún lado”.
Ante mi negativa, la afligida madre siguió su frenética búsqueda de puerta en puerta. Me senté a la mesa y estuve a punto de salir y entregarle a la vecina la medalla de oro que le había regalado a su hija, pero estaba hambriento… Así que simplemente la saqué de mi plato y seguí comiendo.