viernes, 13 de febrero de 2009
...Miguel desvió la vista de esa cara redonda iluminada por una majestuosa luna llena. Contempló las luces titilantes por un rato hasta que la voz de Alba lo regresó a la cima del monte que pisaban.
-¿Es cierto que la gente buena cuando muere, va al cielo?
Una débil y sombría sonrisa enmarcó el rostro del joven en un cuadro de evidente reflexión y tardó unos momentos en responder. Sujetó con un poco más de fuerza la pequeña mano mientras hablaba.
-Debes saber –Dijo, con una elocuencia que sólo había mostrado durante los primeros días de haberse conocido-, amiguita, que por más que yo me acerque al cielo, jamás conoceré el paraíso. Las almas cobardes como la mía o la de Julien, no tienen un lugar a dónde ir puesto que ni en el infierno valen lo suficiente como para ser codiciadas. Eres la primera persona realmente buena que he conocido y créeme, no desearía que mueras para aclarar esa duda. No puedo responder tu pregunta.
-Entonces… ¿Eso sólo lo sabré hasta que me muera? –Un gesto de contrariedad fue iluminado por la tenue luz antes de que el velo de una nube nocturna lo matara.
-O puedes preguntarle a tu abue –Dijo de repente su amigo presintiendo que el llanto era inevitable.
-Pero… No puedo… -A cada segundo, la habitual tristeza de Alba amenazaba con romper la quietud de aquella noche tibia.
-Yo creo que si puedes, al menos intentémoslo. Tal vez sólo debemos acercarnos lo suficiente para que te oiga.
Sin decir más, Miguel avanzó unos pasos hacia la orilla de la barranca y respiró profundo. Nuevamente parecía que de su cuerpo se adueñaban intensos dolores al alterar su estructura física. A la pequeña no le gustaba ver ese proceso y se tapó los ojos, incapaz de ver cómo el joven poco a poco perdía su aspecto desgarbado y enfermizo para volverse una masa oscura frenética, como en ebullición emitiendo leves rugidos que denotaban su condición de mitad bestia.
Cuando los grotescos sonidos guturales cesaron, ella abrió los ojos y lo primero que contemplaron fue un par de alas negras, más negras que el negro cielo y enormes. Tan grandes como una mesa. Estaban pegadas al cuerpo de su amigo ahora convertido en una oscura ave gigante que la observaba con un par de brasas escarlata que fulguraban tiñendo el aire de rojizas miradas invitándola a trepar a su lomo.
Pasada la impresión ante semejante ser, Alba se acercó a su amigo quien no dejaba de sorprenderla en cada demostración de lo que todo el pueblo calificaba como “cosa del Diablo”.
El ave, que en cierta manera ya no era Miguel, al menos no del todo, no pareció notar el peso de la chiquilla entre sus recientes alas y caminó torpemente hacia la parte más despejada del borde de la barranca. Aunque no pronunció ni una palabra (o mejor dicho, ni un graznido), Alba supo lo que pasaría. Se aferró fuertemente al cuello de su amigo y juntos cayeron en picada hacia el fondo…
*Esto es parte del cuento más ambicioso de mi autoría y el cual aún estoy escribiendo. Próximamente la versión completa, aunque obvio, no en esta página
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