lunes, 24 de agosto de 2009

Odio

Definitivamente hoy sí odio a todo mundo... Por una entrevista de trabajo tuve que cortar mi cabellera de 5 años de edad y 50cm de longitud...

Más vale que haya valido la pena...

No habrá foto de ese acontecimiento hasta que lo haya superado =(

jueves, 13 de agosto de 2009

Alba (Fragmento No. 3)

Los ojos cerrados…

Viento en la cara…

Estamos cayendo…

Un vacío abismal se expandió por su estómago como un repentino eclipse. Sus párpados se enfriaban mientras la sensación vertiginosa de que se acercaban al suelo la alentaba a abrir los ojos.

Las imágenes borrosas de arbustos y piedras le indicaron que descendían realmente. Que no era un sueño. Tampoco lo era el espeso plumaje negro de Miguel al que ella se aferraba desafiando a la gravedad. Presintiendo lo peor, Alba se aferró al robusto cuello y volvió a cerrar los ojos, esta vez creyendo que sería por última vez pues el suelo pedregoso ya se vislumbraba a lo lejos iluminado por la intermitente luz de la luna.

Entonces las alas se abrieron.

Lentamente su caída se fue desviando hacia delante, como un pesado avión virando para evitar el desplome. Quizás demasiado lento. El pánico empezaba a apoderarse de la pequeña quien metro a metro veía más posible la inminente colisión. Quiso gritar pero su garganta emitió un leve silbido que nadie escuchó debido al fuerte aletazo que hizo bramar al aire, hiriéndolo de muerte.

Fue como si una mano gigantesca los arrebatara de su camino y los lanzara con fuerza descomunal hacia arriba siguiendo una trayectoria diagonal hasta superar las copas de los árboles más altos que se hallaban más adelante, en la meseta del valle. Finalmente pudo abrir los ojos cuando el entorno se volvió más tibio, más silencioso. Más suyo.

Se elevaban. Las alas de miguel remaban bajo el cielo nocturno parsimoniosamente. Como las aspas del molino de viento. Con zumbidos sordos, acompasados. Empezaba a sentir frío y se recostó boca abajo en el emplumado lomo. Vio como poco a poco la tierra empezaba a tomar formas distintas, hasta asemejarse a un gigantesco rompecabezas. Huían de ese mundo arcaico para ascender a un jardín de nubes húmedas y tibias, las nubes del verano. El frío desapareció y lo reemplazó un tipo de ensoñación que Alba no había experimentado antes. Serían los blancos navíos flotantes, serían las luces pegadas en la vieja bóveda celeste, o aún el olor limpio e inmaculado que entraba por su nariz, por su boca. No le importaba.

Como si fuera una orden incuestionable, Miguel subió varios metros más, tantos que ahora sobrevolaban un interminable campo de algodón que abarcaba hasta donde la vista le permitía vislumbrar. Esto eliminaba la ligera acrofobia inicial, por lo que levantó las manos ansiando tocar el negro cielo. Por su parte el pajarraco comenzó a realizar pequeñas caídas y zigzagueos. Era como una burla al peligro, al miedo de caer, a la vida y a la muerte, el olvido de la abuela ausente. Era una niña riendo a carcajadas sobre el lomo de un ave gigante volando irresponsablemente, era un poema a la libertad. Era hermoso en verdad…

La luz del nuevo día comenzaba a clarear cuando finalmente Miguel se despidió desde el umbral de la puerta. Alba lo vio alejarse hasta que se perdió entre los árboles que rodeaban la casa. Acto seguido se dirigió a su alcoba deseando no olvidar el nombre de aquél extraño sopor que experimentó. Aún después de muchas calamidades, el insólito recuerdo de ese sentimiento perduraría en su corazón. El recuerdo de la verdadera felicidad…