jueves, 30 de julio de 2009

El Regalo


Cuarenta y nueve candelas danzarinas. Veintisiete personas. Dos niños y un perro. A ritmo de "Felíz Cumpleaños a Tiii" meneaba la cabeza simulando interés en esos 55 ojos (¿Quién chingados invitó a Jacinto el Tuerto?) que a su vez lo escaneaban en espera de una sonrisa como quien contempla el agua congelada aguardando a una foca salir a respirar. Así de fría era su expresión y así de esporádica la curvatura de sus añejos labios. Porque cuarenta y nueve no es mucho, realmente, pero cuando se multiplica por 365, se entienden las veces que repetía la rutina de recibir la claridad del nuevo sol sin apenas inmutarse.

Nunca, desde que dió el primer sorbo al pezón de su madre, tuvo una risa propia. Los perros, como el suyo ese día presente, ladraban por instinto. Y así él aprendió a reír por instinto, como por un impulso obligado cuando el dedo de su señora madre escarbaba sus costillas o sus hermanas le hacían dengues cuando por dentro pensaba "par de taradas". Así que las risas no eran de él, sino de aquél dedo irritante y las caras de chango de las mellizas.

Se volvió un dueño de la nada.

No era ni dueño legítimo de la ropa que lo cubría, heredada de su hermano mayor y unos años más tarde, de su padre también. Aprendió que la ley de la pertenencia no aplicaba con él, pues siempre llegaba al origen de sus posesiones y terminaba por descubrir al dueño original. Al que había plantado el árbol con que se hizo su choza. Al que crió a los borregos cuya lana ahora le servía de cobija. Incluso su misma vida se la atribuía al ímpetu de su padre y la barriga de su madre.

Una de sus sonrisas postizas lo salvó de un silencio incómodo cuando abrió la primer caja. Un suéter de nylon, seguramente hecho en la fábrica de algún rico empresario. Uno tras otro fueron revelados los contenidos de aquellos paquetes coloridos. Todos con un dueño legítimo que no era él... Hasta que llegó ese último.

En cuando lo tomó, sintió como si le hubieran reimplantado un miembro que le fuera amputado desde su nacimiento. No había etiqueta. Nadie se adjudicaba tan prodigioso presente, envuelto en papel nada alegre, pero sobre todo, con ese aroma. Como de madera, como de tierra mojada...

Una joven mujer se abrió paso entre los comensales. Vestida del mismo color que el envoltorio misterioso, traía en la mano una pequeña tarjeta.

Jerónimo, intrigado puso el regalo en la mesa y leyó la misiva. Con una mirada de incertidumbre abrió el regalo... Y sucedió lo increíble...

Primero fue como ver aparecer una grieta en el hielo. Luego un leve crujido en forma de un "jum!" gutural. Y de repente, la foca... Es decir la risa, surgió...

No se parecía (obviamente) a ninguna que se le hubiera escuchado jamás. Era como una caída de piedras de río en la pequeña cascada del coyote. Como el aleteo de un gallo segundos antes de cantarle al amanecer. Y finalmente como el cascabeleo del collar de Marucho, su perro. Así la describieron quienes estuvieron presentes. Aunque nunca nadie se puso de acuerdo.

Repentinamente, la recién nacida risa se cortó como apagada por un switch invisible. Un súbito estremecimiento recorrió el cuerpo de Jerónimo. Se llevó las manos al pecho y cayó al suelo. Murió.

Casi enseguida se levantó. Contempló su cuerpo inerte y, aunque no lo necesitaba ya, se sacudió la tierra de las manos como diciendo "listo" y prosiguió con el estreno de su risa, saliendo de la choza acompañado por la joven mujer.

Dicen los presentes que la caja no contenía nada. Al menos nada visible. Algunos de los que se atrevieron a leer la tarjeta salieron despavoridos y no durmieron por varias noches. Yo, curioso como siempre, fui uno de los que la leyó por completo:

"En esta caja tengo algo de lo que eres el dueño legítimo y que nadie puede arrebatarte, tu propia muerte. Felíz cumpleaños".


Quise regalarte el mundo
pero ya tenía dueño
un diablo malencarado
que lo abrazaba con recelo
quise tener mil diamantes
para comprarte a la gente
la gente ya estaba vendida
y a todos los despreciaste
no tengo flores eternas
sólo mis ganas de tenerte
no tengo el agua de la vida
mejor te regalo la muerte...


FIN

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